viernes, 5 de julio de 2013

Historia de un Farol


Una de esas veces en que Vallejo se iba, en París, con su “zorrilla” (así llamaba el poeta a las mujeres parisinas), la francesita Henriette Maisse, rumbo a su alojamiento, que no era sino un cuartucho de un hotelito de poca categoría en la rue Sainte-Anne, tuvo la mala suerte de tropezar por allí con un farol rojo que había sido puesto expresamente para indicar que la calle estaba en reparación. Recogió el farol como quien encuentra un juguete, y columpiándose bonitamente, siguió avanzando por el boulevar. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que un guardia, sorprendido ante tanta desenvoltura del transeúnte, lo estaba siguiendo, dándole voces para que se detuviera. Vallejo, lejos de detenerse, apresuró el paso. Llegó casi a correr, arrastrando a su “zorrilla”, mientras el guardia aceleraba la persecución. En tales afanes, Vallejo, encontró al paso una comisaría, se metió en ella, tan seguro, como si hubiera ido con tal  exclusivo propósito. Detrás de él, el guardia que lo perseguía, iba diciendo: “¡Ese se ha robado un farol!”, “C’est un voleur!...”.

Al encararse con el comisario, un hombre de rígidos y severos mostachos y con aire de malas pulgas, Vallejo adoptó la actitud más digna de la vida, y no parecía haber bebido ni una sola copa de licor. Sin separarse de su acompañante y del farol rojo, Vallejo respondió, entre indignado y sorprendido, a la acusación de que era objeto: 

-”Este es un farol, señor comisario, que he encontrado botado en la calle. ¿Cree Ud. que si me lo hubiera robado habría venido aquí por mis propios pies para depositarlo en sus mismas manos?”. 

El argumento de Vallejo era irrebatible y causó efecto, pues el comisario arregló sus bigotazos, mientras el guardia, viéndose en mala postura, juró y rejuró que el farol había estado colgado y que él había visto cómo ese transeúnte se lo había cogido y llevado, y que por eso venía persiguiéndolo. Al final, el comisario, después de mirarle fijamente a los ojos, comprendió que la verdad estaba en el acusador y que la autodefensa del acusado era muy frágil, así que, atusándose otra vez el bigote y mirando a Vallejo entre serio y cazurro, le lanzó esta frase, que resultó un aguijón para el cholo: 

-Le voy a rogar que en adelante tenga la previsión de no volver a encontrar faroles rojos botados en la calle. 

Ernesto More
Ernesto More Barrionuevo (hermano de Federico), el gran amigo de Vallejo y uno de sus primeros apólogos. Publicó un bello libro de anécdotas al lado del poeta de Los Heraldos Negros: "Vallejo en el drama de la encrucijada peruana", del cual compartimos este relato.



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