sábado, 15 de junio de 2013

EL PADRE EN LA POESÍA PERUANA

No es muy pródiga la poesía inspirada en el padre. La tendencia inspiradora lleva a nuestros poetas a la ligazón matriz, a las raíces donde se fecunda la vida, al regazo que acuna los primeros días, a las entrañas cuyo calor nutre la vida desde la concepción y el alumbramiento, a las cualidades de ternura, bondad, delicadeza y espiritualidad atribuidas a la madre. Por eso seguramente abunda la producción de inspiración maternal. Así ocurre en todas las culturas y literaturas.
Pero esta comprobación no significa tampoco que el rostro y el perfil humano del padre carezcan de plasmación artística y literaria; al contrario, varios poetas han cincelado en el verso la imagen del ser que, junto con la madre (como dice Khalil  Gibrán) constituyen las dos columnas que sostienen el templo del hogar.


Empecemos por señalar que nuestro poeta emblemático y cimero: En “Canciones del hogar”, esa emotiva y familiar sección de “Los heraldos negros”, César Vallejo, desarrolla uno de los ejes constantes de toda su producción posterior: el hogar, la madre, la orfandad, la desolación, la muerte y, naturalmente, la devoción al padre, plasmada, por lo menos, en tres poemas fundamentales: “Encaje de fiebre”, “Los pasos lejanos” y, sobre todo, “Enereida”.
En el primer poema se percibe claramente la imagen augusta, austera y devota del padre quieto, sereno y contemplativo de la vida, traspasado de un hondo sentimiento religioso:

En un sillón antiguo sentado está mi padre.
Como una dolorosa, entra y sale mi madre.
Y al verlos siento un algo que no quiere partir.

En “Los pasos lejanos” el padre, como paradigma de la vida, es elevado hasta la plenitud sagrada del amor, de una enorme e inconmensurable devoción filial:

Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce…/
si hay algo en él de amargo, seré yo.

Pero el poema en el que la intensidad lírica de lacerante y el lacerante dolor elegíaco golpean inmisericordes la tierna sensibilidad del hijo ante el paulatino e inexorable acabamiento del padre, es “Enereida”, tenso sentimiento de amor al padre, en el contexto sombrío de la visión de cementerio y la restañante espiritualidad:

Mi padre, apenas,
en la mañana pajarina, pone
sus setentiocho años, sus setentiocho
ramos de invierno a solear.
El cementerio de Santiago, untado
en alegre año nuevo, está a la vista.
Cuántas veces sus pasos cortaron hacia él,
y tornaron de algún entierro humilde.

Hoy hace mucho tiempo que mi padre no sale!
una broma de niños se desbanda”.




Si ahora fijamos la atención en el arequipeño Alberto Hidalgo, nos encontramos con la imagen del padre más al trasluz, en una simbiosis de identidad con una de sus cualidades más características, como cuando dice:
Tenía el padre un parecido grande con la bondad
La misma frente iguales ademanes.
Idéntica manera de moverse hacia los lados
Cómo distribuyéndose en las cosas.
Como soltando partes suyas para que las asieran las personas.

El poeta limeño Pablo Guevara, por su parte, utiliza un lenguaje suelto, ligero, de tono coloquial, casi conversacional, en correspondencia con el tema del que se vale para ofrecernos la proyección espiritual del oficio de su padre, y que lo apreciamos en este esbozo intimista y coloquial de su poema “Mi padre, un zapatero”, al que pertenecen estas líneas:
Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas
que alcancé a acariciar. Fue pobre como muchos,
luego creció y creció  rodeado de zapatos que luego
fueron botas. Gran monarca de su oficio, todo creció
con él:
la casa y mi alcancía y esta humanidad.

También el poeta, narrador y crítico casmeño  Julio Ortega, en su libro “De este reino”, incluye esta belleza poética creada desde la perspectiva del hijo que contempla y recrea la imagen del padre en reposo, henchido de tiempo y de vida:

 Cuando inclina su cabeza,
el mundo en mi pecho reposa.
Oigo la voz del mar, llamándome;
el dedo del tiempo haciéndome nacer,
otra vez dibujándome.
Fuma inmóvil y se duerme
de tanta vida. El mundo se mece
en su entresueño: por él yo despierto.
Y cuando acabe su cigarro
el humo que arrojó seguirá dibujándolo
ante mis ojos,
como un licor dorado que se embriaga de silencio.”

En esta breve muestra incluimos a determinados poetas liberteños  guiados por similar tema e impulso: Danilo Sánchez Lihón en su libro “Alma de maestro”, dedicado a exaltar la imagen de su padre, incluye el intenso poema “Ahora y siempre a la muerte de mi padre”,
algunos de cuyos versos dicen:

Ahora que eres espíritu,
          abrázame.
¡Pon tus manos en mi cabeza
          y condúceme!
Abrígame, que siento frío en el alma.
          Consuélame
y hazme dormir en cualquier recodo,
           padre mío.


Alejandro Benavides Roldán, en su extraordinario y hermoso libro “Ida y retorno al mar”, traza una imagen heterodoxa del padre plasmada en varios poemas, uno de los cuales comprende los versos:
Mañana seré bueno siquiera una vez
y cuando vuelvas a llamarme,
saldré del fondo de la casa
y con mi sonrisa inmensa,
mataré todo el llanto que te causo!

Asimismo, en “Surcos vitales”, Víctor Julio Ortecho, en el poema “A un padre sencillo” nos ofrece esta evocativa imagen:

Hoy que tu muerte nos estremece
en un recodo de tu recuerdo me detengo.
Veo aletear la vida
como viento que se empina
para ayudarte a levantar el vuelo.

Y por ahora, agregamos a esta muestra nombres: Jorge Díaz Herrera (“Sones para los preguntones”) y Víctor Contreras Arroyo (“Ojo de mar”), cuya poesía recrea constante, perseverante, devotamente la figura paterna. Del primero consignamos esta muestra desinhibida, suelta, desprejuiciada:

Viejo verde, verde, verde,
imaginó que nunca
maduraría.

¿No cruzó por su mente
el peso de las  fatigas?

Ingenuo como mi gato,
creyó tener siete vidas.

Escondía sus penas.
Repetía sus alegrías.

Todo en él
hasta la noche-
amanecía.

Nunca
en sus ojos nubarrones
ni melancolías.

No hay caso:
¡papá fue todo un Señor Díaz!

Y de Víctor Contreras van estas líneas de inspiración social y popular contenida en su poema “La dialéctica del progreso”:

Mi padre unió suela y cuero
según la teoría
de Lorenzo mi abuelo
hizo zapatos y mejoró su teoría.

Al fin de sus días
ideó
modelos espaciales
mejoraron sus zapatos,
su teoría y el amor eterno.

Pero eso no es todo. También Manuel Scorza y Raúl Bueno, al plasmar sus inspiraciones fijan su atención no directamente en el padre convencional, sino en el abuelo. Los títulos de sus creaciones son harto sugerentes: “Una canción para mi abuelo” y “Los padres de los padres”, respectivamente. Al primero pertenecen estos versos:

Abuelo:
la vida te parecía
un pozo de malos sueños.
Cuando pensabas en la abuela
te quemaba una hoguera sin luz.

Y del poeta arequipeño impresiona el poder de la evocación y la nostalgia, las sombras y los recuerdos, las huellas y los senderos recorridos. Así lo apreciamos aquí:

También queda su orgullo nutriente sobremesa
(cuando familia atenta y el oído devoto

 y quedan sus retratos (cadenillas, bigotes,
niños poblando densamente la alfombra) quedan
viejas fotografías con un fulgor anual (imprevisible)
que devuelve prestigio a todas las alquimias.

Y terminado todo este repaso, yo también me sumo al homenaje paterno con mi propia ofrenda lírica, fragmento del poema “Ausencia:

Hoy, que el vacío se colma de distancias:
lluéveme tus bendiciones, padre,
desde el verdor del alcanforal,
desde las entrañas de las minas,
desde los trinos  armónicos
de una mandolina enamorada,
desde las historias de los libros,
por rúas y pampas de la aldea
hasta la paz azul
de las piedras sagradas y vitales
del colosal Ragach,
el Apu ancestral de la comarca.
Saniel E. Lozano Alvarado






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